martes, 6 de enero de 2009

Dejad que los niños vengan a mí

Recibí la llamada de un buen amigo. Me informó que había fallecido un compañerito de la escuela de nuestros hijos. Previamente, uno de los profesores nos había solicitado oración por él y su familia, puesto que tenía información de que estaba muy mal de salud. Todo transcurrió en unas cuantas horas.

Busqué a mi hijo para compartirle la triste noticia e invitarlo a rezar juntos un misterio del Rosario. Me escuchó con atención y con tranquilidad me respondió: ¡Ya está con Dios!
Luego, comenzaron algunas preguntas de niño, que no tienen respuesta de adulto.
¿Por qué se muere la gente?, preguntó.
Porque Dios los llama, intenté responder.
¡Ah!, es que Dios los quiere cerca porque necesita que le ayuden, dijo el niño con entusiasmo.
Intenté explicarle que su afirmación no era del todo precisa. Dios es todo poderoso y no necesita que le ayuden, pero si quiere que colaboremos. Nos pide que lo hagamos, aunque no lo necesite. Aunque a lo mejor el niño tenía la razón.

Rezamos el Padre Nuestro y las diez Avemarías. Mi niño se levantó para seguir jugando. Yo me quedé dándole vueltas en mi cabeza al asunto… Tenemos la certeza de que sucederá; No sabemos el día ni la hora; ¿Por qué ese niño?, ¿Por qué esa familia?; ¿Es el mismo amiguito del que nos habían comentado que estaba enfermo?; ¿por qué suceden estas cosas?; ¿cuándo me tocará?; ¿estoy preparado?

Pensar en la muerte asusta. Mi hijo me ha compartido sus temores y veo que el también a seguido dándole vueltas al tema. Pero, nadie muere en la víspera, me recordó una amiga el día del año nuevo. El Señor recoge los frutos cuando están maduros. Ni un día antes, ni un día después.

También los niños mueren. También los pequeños son llamados… Debemos dejar que vayan a Él.

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